
Los dos problemas urgentes que tiene el periodismo latinoamericano son las agresiones y la situación económica de la industria periodística. Pero el problema más importante es uno que nos impide enfrentar con fuerza aquellos dos problemas urgentes: los periodistas en general tienen un orgullo de baja intensidad.
Como ocurre con las cuestiones personales, tenemos más fortaleza para enfrentar los desafíos en la medida en que nos sentimos mejor con nosotros mismos.
Y el periodismo no se siente bien con sí mismo. Por eso, tiene más dificultad para enfrentar los problemas urgentes de los que hablamos.
Una de las razones de esta falta de orgullo es que en cada país de la región el universo de los periodistas es inabarcable, y hay de todo. Estamos rodeados de periodistas que no cumplen los estándares, o tienen otras motivaciones, y la sociedad no suele distinguir entre ellos y los que pretenden hacer periodismo de calidad.
Los psicólogos dicen que hay dos tipos de orgullo. Hay un orgullo humilde, orientado al logro, en que mi fuerza interior está basado en que intento hacer bien mi trabajo. Pero también hay un orgullo alfa, orientado a la soberbia, en el que creemos que somos los mejores. Hace unos años fuimos orgullosos, posiblemente alfa, y no nos fue bien.
Para poder recuperar el orgullo del bueno tenemos que reconocer el impacto que tiene nuestro trabajo.
Eso nos puede llevar a algún tipo de rebranding de un sector del periodismo. Se pueden llamar los colpines, los trabajadores de la información, los verdadistas, los curadores de la información.
Aprovecho para recordar al muy querido Marcelo Beraba, quien murió en julio de este año. Recuerdo que seguía a Beraba a la distancia cuando en los años ochenta hicieron lo que se llamó el Proyecto Editorial en la Folha de Sao Paulo, donde la redacción construyó un código de ética en forma colectiva, y luego él fue el ombudsman. Luego Beraba fue editor en su carrera de los 4 principales medios del Brasil. Beraba fue un maestro de colpines.
También por supuesto Ricardo Calderón, quien ganó el premio Colpin el año pasado. Cuando Santiago O’Donnell le entregó el premio dijo que no era habitual que en una misma investigación haya documentos filtrados de sectores de inteligencia de países antagonistas.
Otro gran verdadista es el argentino Daniel Enz, quien tuvo indicios de que podía haber maltratos físicos en una institución religiosa, y se hizo el desmayado para poder pasar unas horas en el hospital más cercano y así poder investigar esos indicios.
También Oscar Martínez, de El Salvador, quien cuando se enteró que a su fuente la habían subida en una camioneta policial y posiblemente se la llevaban a un descampado a fusilarla, Oscar los persiguió con su auto tocando bocina.
O también el peruano Ricardo Uceda, que investigó obsesivamente la masacre de La Cantuta.
Todos ellos son ejemplos de verdadismo.
Analizando las postulaciones al premio Colpin, se pueden ver, por lo menos, treinta y cinco impactos distintos, que se pueden agrupar en cuatro grandes grupos.
Impacto sobre las sociedades.
impacto sobre los gobiernos
impacto sobre los poderes judiciales
impacto sobre las burocracias a nivel de calle
Pero para poder potenciar esos impactos se necesita a su vez potenciar cuatro libertades fundamentales:
Libertad exterior de prensa. Es aquello a lo que solemos llamar libertad de prensa y todas las instituciones de defensa se concentran en eso.
Libertad interior de prensa. Es la libertad que existe en las redacciones no para dar cualquier opinión, sino para poder desarrollar con criterios profesionales los temas de la línea editorial.
Libertad de las fuentes. La disponibilidad de las fuentes para conectarse con los periodistas y alertar sobre temas de interés público.
Libertad de los clicks. La capacidad de poder concentrarse en temas de interés público, y no dedicar todo el tiempo a la búsqueda de la audiencia y el engagement.
Con estas cuatro libertades, los colpines son expertos en fabricar información compartida, que atraviesa la polarización política y social de nuestros países. Estas libertades nos permiten hacerlo mejor pero, de todas formas, ustedes prueban todos los días que si estás libertades están lo van a hacer mejor, pero si no están lo van a hacer igual.
Y frente a la frustración inevitable que se produce cuando los impactos son menores de lo esperado, es importante recordar aquello que decía el escritor y periodista francés Albert Camus, “la historia tendrá en cuenta o no estos esfuerzos. Pero en todo caso se habrán hecho”.
Fernando J. Ruiz. Profesor de periodismo y democracia en la Universidad Austral. Ex presidente de FOPEA.
